Virgen de los Álamos
Ni bien se hizo cargo de la comuna
demostró que su gestión no iba a transitar inadvertida. Ya en el primer día
anunció que Virgen de los Álamos “iba a pasar a la historia”. Y aunque le llevó
un buen tiempo, finalmente cumplió con su promesa.
En la primera acción específica de su
gobierno decretó la clausura de todas las escuelas primarias. Previendo un
obvio levantamiento de los pobladores por tamaña decisión, habló durante tres
horas en el canal del pueblo argumentando los propósitos del decreto.
Su discurso, aunque muy cuestionable
en muchos aspectos, marcaba detalles de nuestra educación en declive que no
estaban alejados de la realidad, y que él intentaba mejorar modificando ciertos
aspectos.
En primer lugar Antonio Brigante
estaba convencido de que los establecimientos educativos, por su solemnidad y
por sus instalaciones gigantescas, causaban un efecto intimidatorio en los
niños. Por eso decidió que los hogares se transformaran en pequeñas escuelas
que albergarían a grupos reducidos de alumnos de la misma edad. De esta manera
las clases se dictarían aleatoriamente en las casas de los estudiantes
seleccionados.
El segundo punto se refería
precisamente al ordenamiento de los grupos de entre tres y cinco niños como
máximo, que compartirían las clases según la cercanía de sus respectivas
viviendas o teniendo en cuenta la compañía que cada padre prefería para su
hijo. Con esta medida, los maestros podrían controlar con mayor facilidad a los
revoltosos estudiantes en el espacio reducido de una habitación, evitando así
que –como suele suceder con los niños a esa edad–, los alumnos se
desconcentraran, siendo más fáciles de persuadir en el momento de adquirir
conocimientos.
Su argumento principal para llevar a
cabo esta increíble tarea, se basaba en que pasados tantos años de la
instauración de nuestro sistema escolar, quedaba más que claro que no
funcionaba y, para corroborarlo, desplegó toda una serie de estadísticas que
pasó a comentarnos a todos los televidentes que mirábamos y escuchábamos
boquiabiertos.
Antonio Brigante junto a varios
ayudantes fueron apabullando a la población con estadísticas hasta terminar por
convencernos. Estadísticas que, por supuesto, ninguno de los pobladores nos
animamos a refutar ni a investigar acerca de su veracidad.
Todos observamos los gráficos que nos
mostraban, que demostraban que en nuestro ya viejo sistema escolar primario
–para Antonio su odisea escolar ya estaba en marcha y no habría posibilidad de
convencerlo a retrotraerse–, los alumnos de entre seis y doce años invertían
diez mil quinientas horas al servicio de su educación y, sin embargo, sólo el
cinco por ciento de los egresados al terminar la escuela primaria recordaba
quién fue el creador de nuestra bandera. Y las estadísticas se tornaban más
concluyentes cuando se trataba de lengua y literatura. En ese caso, sólo un dos
por ciento de los niños de doce años podían escribir un dictado sencillo sin
errores de ortografía.
El nuevo sistema escolar hogareño
comenzó a implementarse de inmediato y las escuelas vacías de alumnos y
pupitres se fueron transformando, con el correr de los años, en diferentes
establecimientos nocturnos de dudosa moralidad.
No pasó mucho tiempo para que los
colegios secundarios corrieran el mismo destino que las escuelas. Para
conseguirlo, Antonio Brigante no necesitó ni estadísticas ni discursos
apabullantes.
La rotunda negativa de Antonio a
tapar los pozos que casi se sucedían unos con otros en varias calles del pueblo
luego de dos mandatos en la comuna, amén de su falta de preocupación e
iniciativa para el mejoramiento de la vía pública resultaba inexplicable. Pero
su decisión de nombrar pozo ilustre a uno de los cráteres más antiguos que se
encontraba en la calle principal, fue desconcertante. Un grupo de pobladores
enfurecidos se dirigieron a la comuna para hacerle entender que ese pozo había
sido el causante de varios accidentes. Pero la respuesta de Antonio Brigante
fue contundente:
–Ese pozo es intocable. Porque es una
advertencia constante para que entendamos que hay que manejar con cuidado.
Ustedes mismos me están reconociendo el respeto que le tienen. Y hasta que no
haya una verdadera consciencia de respeto al tránsito, ese pozo seguirá ahí,
para mantenernos alerta de lo que puede ocurrir.
Luego de esas palabras las opiniones
se dividieron. Si bien algunos seguían pensando que era una atrocidad no
arreglarlo, otros no veían desacertado el planteo del intendente comunal. Y una
vez más el malandrín logró su cometido, haciendo uso riguroso del dicho “divide
y reinarás”.
No sólo ese pozo ilustre siguió
cumpliendo años en la calle principal, sino que ante cada accidente ocurrido en
calles desprovistas de baches,automáticamente se disponían las tareas para
generarlos por mano propia. De esta manera Virgen de los Álamos se mantuvo
durante cinco años en el podio, como la localidad con más pozos en sus calles,
hasta que fue destronada por un pequeño pueblo del sur de la provincia de
Córdoba, que contaba en su haber con casi setecientos baches y seguramente con
un intendente aún más paupérrimo que el nuestro.
En época de campaña electoral para la
reelección de su quinto mandato, una de sus promesas fue con seguridad la
causante del nuevo apoyo que le brindó el pueblo: su decisión de hacerse cargo
del problema de electricidad que padecía Virgen de los Álamos.
Con sus cables deteriorados por los
fuertes temporales que azotaronla zona durante largos años y sin que se implementara
ningún tipo de mejoras en este servicio le valió, al controvertido y siempre
cuestionado Antonio Brigante, el pase para dos años más de mandato, o
mandamientos como a él le gustaba llamarlos.
Para los que pensaron que el
malandrín tomaría la determinación de cambiar los cables añejos –que ya con
cualquier ventisca dejaban sin luz a toda la población–, la ocurrencia del
reelecto intendente debe haber sido un impacto difícil de asimilar.
Lejos de hacer algo para mejorar el
servicio, convocó a la población a tomar con más romanticismo los cortes de
energía. Debo admitir que si bien yo no me encontraba entre los ilusos que
pensaban que nuestro intendente se encargaría de la dificultad energética como
realmente la situación lo ameritaba, y descontaba con que saldría con alguna
extraña medida, quedé pasmado al escuchar su plan de “romantizar” el pueblo.
Pese a las nuevas y ya incontables
protestas, el discurso de Antonio Brigante logró volver a dividir opiniones
para así conseguir su cometido. Habló de la importancia de la velas, de
aprender la lección que nos estaba dando la naturaleza que, según argumentó,
descargaba temporales con el único propósito de quitarnos por unas horas la
enfermiza dependencia en que nos había sumergido la electricidad y que nos
privaba, por ejemplo, de las enriquecedoras charlas en familia, reemplazándolas
por el fatídico invento del televisor, o atribuyendo a la incomunicación
familiar la creciente adquisición de computadoras.
Por lo tanto, en menos de un mes, el
alumbrado público de las calles del pueblo fue reemplazado por enormes
antorchas, encargadas de iluminar con su fuego romántico las noches de nuestra
querida Virgen de los Álamos. Claro que mientras los cables seguían
envejeciendo y las cenas románticas se hicieron cada vez más habituales en
nuestros hogares, se fue agravando la problemática de transitar por las noches
con cualquier tipo de vehículo por las calles llenas de pozos y ahora también
casi en la más absoluta oscuridad.
Pero la escena que armó para
comunicarnos el aumento de los impuestos municipales fue, a no dudarlo, su obra
maestra. Utilizando otra vez el canal del pueblo, montó una escenografía en las
instalaciones del mismo e interpretó una de las obras teatrales más conocidas
de Shakespeare:“Romeo y Julieta”.
Pudimos ver el cuadro más clásico de
la obra donde un Romeo, interpretado por el mismísimo Antonio Brigante,
vistiendo una camisa blanca con una estampa que decía “impuestos municipales”
intentaba con mucho esfuerzo escalar por una serie de obstáculos en cada uno de
los cuales se podían ver cifras importantes, hasta alcanzar el balcón donde se
leía el importe final del aumento que pensaba implementar. Una vez en el
balcón, era abrazado apasionadamente por una muchacha llamada Virgen Julieta de
los Álamos, consiguiendo con esa metáfora, el aumento de los impuestos
municipales en casi un cincuenta por ciento.
Más allá de algunas quejas por el
incremento de tributaciones, en general la población reconoció que el desempeño
actoral y el despliegue escenográfico justificaban el aumento.
Creo que después de todos los actos
incomprensibles que se fueron sucediendo y después de convencernos por casi dos
décadas al frente de nuestra población, no hacía falta que Antonio Brigante
cumpliera con la primera promesa que anunció aquel lejano día en que se hizo
cargo de nuestra comuna. Claro que aquél eslogan–“Virgen de los Álamos pasará a
la historia”–, declamado con innegable pasión por Antonio ante miles de
pobladores que lo habían votado conconvicción e inconsciencia, era una deuda
que el intendente pensaba saldar antes del final de su décimo mandato.
Y así fue.
Frente a importantes autoridades de
la provincia y sin que le temblara el pulso, cumplió con indiscutible vocación
su promesa: firmó los papeles que transformaban a nuestro pueblo en una mera
jurisdicción de nuestra vecina localidad, Los Arenales.
Luego cerró la comuna, dio por
concluido su mandato y desde ese día, tal como lo había prometido, Virgen de
los Álamos pasó a la historia.
1 comentario:
IMPECABLE Matías , realmente me hiciste reir MUCHO . Muy ocurrente
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